Y comienzo a escribir.
Escribo sobre una chica. Una chica que pasa desapercibida entre la multitud, que no destaca en nada en absoluto, simplemente es parte de la corriente de gente que camina por las calles.
Empiezo a escribir basándome en mí misma, en lo que pienso, en lo que siento. Pero llega un momento en el que la objetividad pasa a un segundo plano y deja a la subjetividad como principal. Es entonces cuando desaparezco de la historia, cuando ya no soy más que la chica que pasa las palabras a papel, la chica que se mancha las manos de tinta al escribir cosas que no encuentran sitio en su cabeza, cosas que estaba destinada a notar con las yemas de sus dedos al pasar la mano por el relieve dejado en el folio.
Soy un simple instrumento de algo mucho más grande, de algo de naturaleza incierta pero increíble.
Pero dejo de escribir. Dejo de plasmar pensamientos.
Y vuelvo a ser yo, un diminuto punto negro en medio de un océano de mentes.
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